viernes, 14 de enero de 2011

Trevor

A veces el absurdo llega a límites tan difíciles de digerir que el cerebro desconecta, se rinde y acaba por tragar con lo que sea. Es como cuando Rajoy (Division) se pone a repetir cualquier proclama ridícula que, a base de ser repetida, acaba por calar en la nube colectiva de conocimiento sucio (alimentada principalmente de desinformación)que planea siempre sobre nuestras paradójicamente sobreinformadas cabezas.
Si no es por ese hastío cerebral que produce la tergiversación de los mensajes y los conceptos no entiendo cómo cualquier culto, la religión, la política o la publicidad, ha podido convencer a sociedades enteras y lo que es peor, a comunidades y a familias, de que deben odiar a sus miembros porque tengan preferencias arrimatorias respecto a un genital "X" definido como incorrecto.
Para más inri lo que se promueve es un odio activo, un castigo que, aplicado a personas con estructuras emocionales aún poco formadas, llegan a conducir a estas personas, niños y adolescentes sobre todo, a quitarse de en medio para siempre. ¿Se darán cuenta las personas que ejercen este acoso, sobre todo las personas cercanas a la víctima, de que cuando alguien se muere ya no lo ves nunca más? Seguramente se darán cuenta tarde. En fin.

Sobre todo esto versa ese corto ganador de un Oscar en 1994 y del que tantas cosas buenas y recomfortantes han surgido para este colectivo tan maltratado. Dirigido por Peggy Rajski, cuenta la historia de un niño de 13 años, confuso y aislado porque los demás lo tratan como si fuese diferente. Mejor verlo, pero decir que lo mejor para mí es el enfoque de la peli, inocente y vagamente cómico, como dando la oportunidad de retornarnos a todos a ese momento en que tuvimos que tomar la decisión de entender u odiar, sin grandes dramatismos ni posturas irreconciliables y ¿Cómo nadie iba a querer odiar al pobre Trevor? Tan majo, tan fan de Diana Ross, tan listito...Pues ahí va una de absurdos: El actor que interpretó el personaje, Brett Barsky, sufrió el acoso de sus compañeros por hacerlo. Y eso que ni siquiera era gay.
A raíz de la emisión del corto en la HBO, sus creadores pidieron incluir en la introducción el teléfono de alguna línea de apoyo para jóvenes LGTBQ que se encontraran en una situación de riesgo de suicidio. Se encontraron que no existía tal cosa y la crearon, así de simple. Aún funciona, de hecho muy bien, se llama The Trevor Project e incluye muchos servicios de asesoramiento y una red social. Gracias a The Trevor Project también surgió It Gets Better, una página en la que mucha gente anónima, trabajadores de grandes empresas como google o facebook y algunos famosos cuelgan vídeos dirigidos a estos chicos diciéndoles la verdad: que no están sólos y que no se rindan porque todo mejorará. Con certeza.
Esto me recuerda a una anécdota que contaba Sharon Gless, la actriz que interpretaba a la madre de Michael en Queer as folk, en un programa epílogo que se emitió al finalizar la misma. Contaba que en uno de los estrenos de temporada (o algo así) un chico le pidió un abrazo y que cuando se lo dio rompió a llorar desconsolado y no se despegaba de ella, decía que lo siguió abrazando varios minutos porque se dio cuenta de que ese chico estaba tan sólo que necesitaba a Debbie, su personaje (Debbie es la orgullosísima madre de Michael, militante del PFLAG y defensora a ultranza de los derechos de su retoño). No entiendo cómo puede haber padres, hermanos, amigos, profesores, que permitan que el único consuelo de esos chicos sea un personaje ficticio o los vídeos con mensajes esperanzadores de unos desconocidos, pero si eso es lo que hay, bienvenidos sean.

Que haya series, películas, documentales, personas públicas, desfiles del orgullo, integrantes histriónicos de su comunidad que visibilicen, normalicen, humanicen su existencia y que haya tolerancia cero hacia los que pretendan poner límites a sus formas.

Sin más: TREVOR


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